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Soren Decker. Es el epítome de la personalidad del "chico malo, buen hombre". Lo mejor de ambos mundos. El peor de ellos también. Es el tipo de hombre con el que a la mayoría de las chicas no les importaría compartir un espacio confinado, excepto que mi nueva compañero de cuarto no es todo un fanfarrón y cincelado abdomen.
Él es mandón. Sucio. Engreído. Exasperante. No cree en el espacio personal. No tiene reparos en deambular por el apartamento con una toalla del tamaño de un taparrabos ceñida alrededor de su cintura. Parece bajo la ilusión de que él es mi protector personal (ver de nuevo al enfurecedor). Juega béisbol universitario y tiene un trabajo a tiempo parcial. No sé dónde encuentra el tiempo para ponerme nerviosa.
No tenemos nada en común... excepto nuestra atracción el uno por el otro. Y en seiscientos pies cuadrados de espacio compartido, la tensión tiene mucho espacio para crecer antes de que uno de nosotros ceda a la tentación. Pero realmente, ¿qué posibilidades tienen de lograrlo un par de niños pequeños que persiguen sus sueños en la gran ciudad?
Como Soren afirma que sé de cuclillas sobre deportes (podría tener un punto medio), aquí hay una estadística para él: una en un millón. Esas son nuestras probabilidades.
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